Por Adriana Puiggrós
Publicado en Revista Caras y Caretas, nro. 2227, octubre de 2008
Este último cuarto de siglo estuvo signado por cierto pragmatismo que no siempre le facilitó las cosas a la democracia. La tarea, en todo caso, es bregar por la emancipación del pensamiento.
Cuán dañado habrá quedado el tejido social, político y cultural de la sociedad argentina después de la dictadura, y del hecho de la reiteración de las dictaduras, que aún no nos alcanzan las fuerzas o la imaginación o los saberes o la confianza, para dedicar esfuerzos a la concepción de metas de mediano y largo plazo y a la planificación de estrategias que nos encaminen hacia ellas.
Es cierto que después de cada dictadura hubo políticas restituyentes y que el peronismo de Perón construyó el Estado responsable (quitemos los adjetivos descalificantes que suelen usarse) basado en la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Pero alguna idea mesiánica, cierto mesianismo aplicado a la vida política, y a la solución de las situaciones complejas del transcurrir social, forma parte de la cultura argentina, y a él se recurrió cada vez que, en el marco de gobiernos profundamente o relativamente justos y/o democráticos aparecieron dificultades.
La preferencia por la delegación de responsabilidades por parte de la llamada "sociedad civil" fue un factor estimulante de su depósito en manos de las Fuerzas Armadas. El diálogo, la búsqueda del consenso, el otorgar prioridad a los acuerdos sobre los intereses sectoriales, han tenido escaso lugar en nuestra sociedad.
Si hiciéramos un poco de memoria histórica probablemente se llegaría a la conclusión de que algo ocurrió desde los lejanos orígenes portuarios plagados de individuos tuertos con guinche en el lugar del antebrazo. TambiénSe advertiría con estupor que la legendaria riqueza del campo argentino, ese“donde tirás una semilla y crece una vaca sin que tengas que pagar el salario de casi ningún trabajador”, venía cargada de sinsabores.
La extensión, la baja población y la ficción de la movilidad social mediante la pura educación, ayudaron a concebir una cultura poco afectada por aquellos principios que supieron sostener los viejos socialistas y que recogió el peronismo originario: el trabajo productivo, el ahorro y la solidaridad social.
El devenir de la constitucionalidad desde 1983 merece al menos un examen detenido a la luz de las dificultades que tiene para proporcionarle al país rieles consistentes, extendidos en el tiempo, arraigados en las profundidades de la trama social, para que su crecimiento no sólo sea sustentable sino un movimiento de permanente ampliación de las fronteras sociales, dirigido por políticas de redistribución del ingreso y de la riqueza que cambien estructuralmente las relaciones sociales y productivas de este país.
No debemos confundirnos y desconocer la histórica frontera que separa la dictadura de la democracia constitucional. Pero la manera en cómo hemosadministrado esta democracia tiene debilidades que resulta indispensable asumir y combatir. Entre otras, quiero señalar la doble cara de una fragilidad. Por una parte, la sociedad tiene dificultades para sostener comportamientos y pensamientos sistemáticos y sistémicos.
No resulta extraño como reacción ante el autoritarismo de Estado, que monopoliza los sistemas, y las políticas neoliberales que los destartalan (entre ello, los sistemas de administración gubernamental, de salud, previsional, de transportes, de educación, de organización familiar y de pensamiento). Por otro lado (aclarando que está lejos de mi intención reivindicar realismos socialistas o ataduras del arte, la filosofía, el psicoanálisis, la ciencia política, ni siquiera de las ciencias físicas y naturales) preocupa que la creatividad se haya tornado tan caótica, dispersa, desarticulada. Y no estoy bregando por aprisionar el pensamiento, sino por su emancipación.
En pos de la emancipación del pensamiento de nuestra sociedad, a la sociología que reina no le vamos a pedir nada más porque sigue encandiladareproduciendo articulaciones mecánicas. Con la pedagogía mejor es tener cuidado (ay! tan realista siempre ella). Y respecto a las tecnologías que a falta de entusiasmos ideológicos y políticos quedan empantanadas en el mercado, hay que revincularlas a la ciencia y orientarlas desde la política.
Hemos pasado 25 años de vida constitucional dominados por creencias antinstitucionales que confundieron institucionalidad con autoritarismo, compromiso con imposición, responsabilidad con tributo. El rechazo a ser obligados a causa de las heridas dejadas por la dictadura reciente, contribuyó a dejar las barreras abiertas al despojo que producía la avalancha neoliberal.
El pragmatismo que inundó oficinas y cerebros ha hecho perder muchos instantes de este período democrático que los sectores progresistas, nacionalista, populares, democráticos, deberíamos haber usado para gestar pactos generosos, re-fundar instituciones, compartir nuevos símbolos y maneras de encarar dramáticos problemas sociales y tratar de confluir en algún espectro de maneras de ver la vida. La democracia constitucional está firme. Aún se abren ante nosotros aquellas posibilidades.
jueves, 23 de octubre de 2008
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