martes, 19 de agosto de 2008

TRIBUNA: El aula, eco de todas las violencias

Acosados por abusos simbólicos, por la indiferencia, el pesimismo, la
irresolución de los conflictos y la negación de sus derechos, los
adolescentes descargan en la escuela la violencia contenida. Los chicos
necesitan más sostén adulto.
Por: Adriana Puiggrós
Fuente: DIPUTADA NACIONAL(FPV)

En la función de títeres para niños de clase media ni el dragón ni el hada pronuncian palabras soeces, pero las insinúan. Gesticulan señalando los genitales, emiten sonidos groseros, encuentran ratones en los calzoncillos del titiritero. El dispositivo para provocar risas de los niñitos y complicidad de los progenitores es farandulesco, escatológico y antipolítico. Empero, el lobo y la madrastra se han transformado en gente civilizada como efecto de una cultura del cuidado psicológico de los niños que fue instalada en los años 60, pero que no ha sido capaz de enfrentar la invasión de personajes siniestros que atacan con técnicas digitalizadas, ni las identificaciones virulentas, deshonrosas, que no encuentran barreras suficientemente fuertes en la ley familiar.

El chico demanda, los adultos conceden, ceden, las normas se desdibujan y los grandes se sacan el chico de encima. No es un hecho menor, sino el cotidiano aporte a la "cultura des-instituyente" que ha hecho carne en sectores significativos de nuestra sociedad. Luego el adolescente va al secundario y enfrenta a los adultos, como los adolescentes de todas las épocas, con los lenguajes que pone a su alcance cada época. En Juvenilia (1884) el libro de Miguel Cané, los estudiantes asaltaban a los profesores "con las manos llenas de carmín, azul molido y harina". En otros momentos discutieron sobre literatura, arte y política; en 1918 y 1973, de distintas maneras, eligieron encabezar la lucha por sus derechos y los de los oprimidos. Pero en las décadas recientes se ha descalificado la política y el aprendizaje de la cultura. Ha pasado la moda de los grupos de estudio y de las discusiones teóricas en el café, y la militancia política juvenil es escasa.

En tanto, la clase media pregunta, cómo puede ser, tanto esfuerzo de pedagogía y psicología y el joven ya adulto no se va de casa y en ocasiones hasta consume.

Otros jóvenes de la misma generación, los que no tuvieron apoyo psi, ni espectáculos domingueros para niños, ni padres que cobraran algún salario cada mes, consumen paco y van a la escuela entre changa y changa. Sufren todo lo que contiene la pobreza y la marginación. En uno y en otro caso, no se habilita socialmente a los jóvenes, como es su derecho. Los vínculos pedagógicos están deteriorados, los alumnos se acosan entre sí no soportando las diferencias; los profesores no cuentan con el respeto social que merecen, y que requieren para mantener su lugar de enseñantes.

La violencia discursiva lo atraviesa todo, hasta que un chico sobrepasado por acosos, falto de que lo escuchen, cansado por la irresolución de los conflictos en los que está inmerso, harto de escuchar frases pesimistas, opta por descargar físicamente la violencia contenida. El hecho sube a la televisión y el adolescente de clase media o el de la pobreza logra ser protagonista en el lugar menos adecuado, pues no es el que le corresponde como sujeto de derecho, sino el que le endilgan otros. La escuela registra la violencia de chicos afectados por la violencia de una sociedad que resiste a las instituciones, que se niega a una distribución más justa de la riqueza material y cultural y que ha descalificado la acción política.

Pero también es necesario atender el problema en el lugar específico donde se expresa. Si se produce un hecho de violencia escolar, estaremos ante una serie de errores anteriores, de ausencias, de faltas a la responsabilidad que nos impidieron tomar medidas preventivas. No habíamos inhibido el uso de la violencia y el tratamiento del problema debe ser múltiple, referido a los protagonistas, al grupo, a los docentes y a la institución, pues en mayor o menor medida todos resultan víctimas y/o victimarios. Seamos prevenidos. Demos más sostén adulto a los chicos; luchemos para que su entorno sea menos racista, xenófobo y sexista.

Enseñemos el sentido de las instituciones y ayudemos a distinguir entre la justicia y la acción hecha "por mano propia". Propiciemos más organismos escolares representativos de los alumnos (consejos de convivencia, centros de estudiantes) pues un mejor nivel de representación democrática disminuye las posibilidades de la violencia grupal o individual.

Aquellos organismos, integrados por autoridades, alumnos y profesores, son necesarios para sostener una política escolar de normas claras, de la cual la comunidad escolar participe. La mejor protección para los docentes y para los alumnos es la existencia de espacios para el diálogo.

En cuanto a los familiares adultos con los cuales los chicos conviven, cualquiera sea su condición social, no es pertinente reclamarles que se reubiquen en roles ya vetustos, pero están obligados socialmente a ejercer la mater-paternidad responsable. Sólo entonces podrán reclamar con todo derecho conductas responsables de los hijos.



Nota publicada en diario "Clarín", jueves 14 de agosto de 2008.

No hay comentarios: